El equipo

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A veces...

Lo más divertido de la vida es el no saber el qué te deparará el futuro, ¿verdad? ~Eria Jumps

(Esta historia es ficticia, o al menos según Junie; Eria aún se opone completamente a esta idea...)

Golden Podium es un proyecto tanto escrito como dibujado que lleva en pie desde 2012. Tenemos una novela, dibujos, tiras... ¡y hasta un Motion Book! #goldenpodiumcomic

21 ene 2017

96. La danza macabra

¡Hemos vuelto! Nos echabais de menos, ¿verdad?

Hoy prometimos regresar, así que aquí estamos, de vuelta. Aunque lo vamos a tener difícil, trataremos de subir un nuevo capítulo cada dos semanas, los sábados. Si por algún motivo no podemos subir un nuevo capítulo, lo avisaremos en la parte superior del blog.


¿Por dónde íbamos? Lo último que se publicó fue aquel bizarro especial de Halloween, así que vamos a enlazarlo con la siguiente parte de esta historia.


Pdta: recomendamos CIERTA CANCIÓN de fondo.



Capítulo 96


Las campanas repiquetearon en medio del silencio. Pronto se haría de noche, dejando el cementerio vacío de cualquier testigo.

Pasos. Mis sigilosos pasos dejaron un eco prácticamente mudo; mi oscura silueta debía de captarse lo más mínimo mientras me movía entre tumbas, arbustos casi secos y puntiagudas ramas bajas.

Aún llevaba puesto mi disfraz de Halloween, con la capucha calada sobre la cabeza y mis zapatos rojos asomando bajo la túnica. No veía aquel momento el más adecuado para quitármelo.

Ya preparada, alcé el violín que traía conmigo. No sabía tocarlo del todo y ni idea de cómo sonaría, ¡pero habría que intentarlo!

Deslicé el arco sobre las cuerdas, dando comienzo a la noche. Sí; sonaba de maravilla.

Continué con la melodía caminando con paso alegre. Presentía que algo alucinante estaba a punto de pasar, así que fui tocando cada vez más fuerte.

Y, por fin, llegué a las tumbas. Tras un vistazo rápido, me acerqué a ellas tocando, manteniendo el violín por encima de las losetas con una sonrisa.

Repetí la misma operación varias veces hasta que llegó el momento. Hice sonar mis últimas notas en el centro del cementerio... y pasó.

Una mano esquelética brotó de la tierra. Luego otra, y otra más... Aparecían grietas en las losetas y el suelo escupía huesos y extremidades.

Los esqueletos, cavando hasta la superficie, se alzaron y agolparon a mi alrededor. Subiéndome a una tumba para ganar la altura que no tenía, los contemplé satisfecha.

Toqué un par de notas a las que los esqueletos contestaron con un ruido de huesos. ¡Qué divertido! Volví a repetirlo, y ellos repitieron sus ruidos.

En fin”, pensé, “¿para qué alargarnos? Hora de empezar la fiesta?” 


Un par de notas más dieron paso al baile. Todos los esqueletos se emparejaron solos y dieron vueltas y vueltas. ¡Eran incansables! Por mucho que bailasen, no paraban.

Así pasaron horas. Y llegaron las lentas...

Dos de los esqueletos se apartaron de los demás y se escondieron unos minutos tras unas rocas para contemplar la luna. Uno de ellos se hizo con una flor preciosa que el otro no dudó en aceptar con entusiasmo. Ambos parecían tan felices...

Qué bonito. ¡Pero la fiesta tenía que continuar!

¡Y qué locura! Los bailes cada vez se hacían más desenfrenados, los esqueletos se mezclaban entre ellos y el ruido de antes no era nada comparado con el que se estaba armando entonces. Congas, pasos de discoteca... Hasta yo participé haciendo sonar mi instrumento.

Entonces me detuve a pensar. Un segundo... ¿Qué hora era? Oh, no...

Los esqueletos fijaron sus cuencas en reloj. ¡Estaba a punto de amanecer!

Preparé el violín, y, de un golpetazo, le arranqué las notas. Un torbellino de aire comenzó a girar a mi alrededor, llevándose con él huesos y más huesos.

El remolino cobraba fuerza conforme yo tocaba. Me esforcé por aguantar en pie, contemplando como los esqueletos se esparcían por el cementerio y cada tumba los engullía. Dominada por las prisas, seguí y seguí...

Y la noche acabó con el canto de un gallo. Lo había conseguido; no había ni rastro de los esqueletos.

Sola en medio del cementerio, hice sonar las últimas notas. Feliz aunque agotada, el cementerio se difumino y me noté caer...

-¡Eria!

Y la silla cayó al suelo conmigo de espaldas. Ay...

-¡Ahí va! -exclamó Mirta agazapándose a mi lado-. ¿Estás bien, Eria? Te vi balanceándote, pero...

No, por favor... ¿Sonambulismo otra vez? Me arrodillé frotándome la nuca.

-¿Qué ha pasado? -musité.

-Esto, bueno... ¿lo recuerdas? -parecía preocupada-. Estabas frente al ordenador, y entonces...

-¡Ah, sí! -sonreí ampliamente, sentándome de un bote-. ¡Ya lo recuerdo!


Verme tan entusiasmada relajó el gesto de Mirta, quien suspiró.

-¿Y bien? -preguntó tímidamente. Yo... no podía contener la alegría.

-No lo puedo creer... -musité antes de gritar a pleno pulmón-. La autorización... ¡SÍ! ¡La tengo! ¡Mirta, voy a poder ir! ¡Voy con todos vosotros!


Saltamos de alegría. Como siempre mi tío era el mejor del mundo; gracias a él... ¡Podría ir a la excursión a la costa con todo mi equipo!

¡No os perdáis la siguiente temporada de nuestra aventura!