Dos opciones:
o Bobby se convierte en el héroe del equipo... ¡o lo machacan!
Capítulo
86
Quién
pudiera creerlo: ¡Bobby estaba en el campo!
Sonó el
silbato; Imala, ágil como una gacela (animal que quizás hubiera
cazado alguna que otra vez) consiguió el balón en seguida y se
desplazó hacia los lados para esquivar a los contrarios. Tanta
habilidad tenía que el balón parecía estar orbitando en torno a
ella, levantado por una fuerza tan invisible como la magia.
Pasó hacia
delante. Corrí en su misma dirección, atendiendo que el balón
llegase a la persona apropiada.
Teck,
cumpliendo la misma función que yo, le dio un toque para que llegara
a su destino. ¡¿Otra vez pasando?! ¡Si no lo veía no lo creía!
Y, por fin,
el balón se detuvo a los pies de Bobby.
-¡Ya lo
tienes! -le murmuré a través del auricular-. Vamos, avanza. Puedes
hacerlo. ¡Por los donuts!
Oí una
risita como respuesta y Bobby avanzó. No se movía demasiado rápido,
pero iba a buen ritmo.
-Así,
continúa. Teck te está cubriendo; yo voy de camino.
Y eso hice.
Ya estaba prácticamente al lado suya cuando alguien pasó por mi
lado como una exhalación: el mercenario. ¡Y se dirigía directo
hacia Bobby!
“No
puedo dejar que llegue hasta él”, me dije.
En carrera,
tomé impulso con una pierna y, como si tuviera muelles bajo mis
pies, salté en el aire, di una vuelta de campana y aterricé en la
posición perfecta para seguir corriendo por delante del mercenario,
frenando su ritmo.
-¿Eso es lo
que quieres? Pues lo vas a tener- oí susurrar.
En la lucha
por tomar la delantera, nos dimos varios empellones más fuertes de
la cuenta que el árbitro dejó pasar diciendo que eran “cosas de
niños”. Cada vez el forcejeo iba a más, pero no duró tanto como
yo quería; el mercenario me detuvo, murmurando:
-Te lo
advierto, tu amigo va a encontrarse con más de un
problema si sigues portándote así de mal.
Y me
adelantó, dejándome sola con mi cansancio tras la carrera.
¡Tramposo!
-¡Bobby,
cuidado! ¡Sal por patas, tenemos un agujero en la defensa! -exclamé
jadeante a través del auricular.
-¡¿Qué?!
¡Eria, esto no es nada justo! ¡Íbamos demasiado bien para
encontrarnos con esto ahora!
-¡No, no
digas eso! ¡Es un mal momento para... estar nerviosos! Tú... confía
en mí...
¡No! Se
estaba ralentizando. ¡Estaba a punto de alcanzarle!
-Oh, espera
-rectifiqué, deteniéndome con las manos sobre mis rodillas y una
sonrisa maliciosa-. Sí, puede que te humillen. Te destrozarán. Van
a acabar con tu ambición de donuts gratis. Se acabó.
-¡Eria! ¿Qué
estás diciendo? ¿No has visto cómo permitían casi todas las
faltas en el primer tiempo? ¡Me van a machacar! ¡Se supone que ibas
de mi parte! ¡Ibas a cubrirme!
-Claro, así
era, pero con lo poco que has durado... Me esperaba más de ti. Vas a
resultar ser tan inútil como muchos dicen después de todo. Que un
sólo rival te deje sin donuts ya es bastante triste; y yo pensaba
que tenías más ganas de las que en realidad tienes...
-¿Qué
dices? Eria, sé que has dejado de correr. ¡¿Me estás diciendo que
me vas a dejar tirado sólo porque esperabas más de mí cuando soy
YO el que está siendo traicionado?!
-Hombre, si
lo dices así me pones a mí como la mala; yo no lo veo nada bien...
Bobby no
hablaba; gruñía entre dientes. Parecía estar muy cabreado...
Perfecto.
Corrí tras
él sólo para velo más de cerca. No quería perderme lo que estaba
por llegar.
Que el
mercenario lo hubiera dejado avanzar era un mero acto de crueldad por
su parte: quería dejar que se cansara un poco para cazarlo. No le
costó nada llegar hasta él esprintando en cuanto estuvo preparado.
Ya había
adelantado a Bobby. Deslizándose por el césped, frenó y se arrojó
hacia él.
Pero Bobby...
¡lo esquivó!
El mercenario
estaba pasmado, rígido. ¿Cómo lo había conseguido? ¿Habría
subestimado a su rival?
-Apártate,
pedazo de imbécil –lo amenazó Bobby entre dientes. Ay, ¿me
habría pasado con él?
-Bien; te lo
tendrás que ganar- oí decir a una voz a mayor distancia: la del
mercenario.
Eché a
correr siguiendo la línea de banda. Mis pies se movían solos.
Bobby, quien
también había salido a toda pastilla hacia la portería contraria,
se había vuelto indomable. El mercenario, siguiéndolo de cerca, se
dejó caer hacia él y lo empujó con todas sus fuerzas, pero Bobby
absorbió todo el golpe con su hombro sin inmutarse. De hecho, nada
más recibir el empujón, se lo devolvió al mercenario con aún más
fuerza, lleno de ira.
¿Dónde
estaba el árbitro cuando más lo necesitábamos?
Ya los tenía.
La lucha entre ellos podría haber movido montañas; cada empellón,
cada impacto era más fuerte que el anterior. Acabando en medio de un
forcejeo que no se detenía, cada uno de sus pasos aumentaba más la
zancada que el anterior. ¡Era increíblemente difícil seguirlos!
¿Desde cuándo Bobby corría tanto?
“¿Crees
que vas a aguantar, simplón?” oía.
-No lo sabes
tu bien... -gruñía Bobby.
“Yo
me daría la vuelta”
-¡Pues ya
estás tardando!
“Sé
que tienes miedo”
-¡Pero no
tienes pruebas!
“¡RÍNDETE!”
-¡NUNCA!
Este grito
casi me deja sin oído. Podría haber roto el auricular... pero su
voz reflejaba que no aguantaría mucho más corriendo así.
-Bobby,
pásala -le dije-. ¡Lo has conseguido! Teck está cerca; que se
ocupe él del resto.
Bobby no
contestaba. Todavía estaba enzarzado en la lucha, tratando de
quitarse al mercenario de en medio. ¡El maldito entrometido le
estaba tapando a Bobby la vista! “Maldita sea”, murmuré.
-¡VAS A CAER
A MIS PIES Y TE VOY A APARTAR DE UNA PATADA! -exclamó Bobby,
saltando por encima de su pierna.
Apreté los
puños y noté un escalofrío: el rival estaba sonriendo.
“O
puede que no” murmuró. “Vas a acabar peor que tu compañero”.
Dobló una
rodilla, hincándosela a Bobby en la espinilla, gesto que sólo se
podía advertir desde tan cerca o más de donde yo estaba. A
continuación, extendió una mano y hundió sus dedos en el cuello de
mi compañero. Por último, con un gesto rápido que el inútil del
árbitro no pudo percibir, barrió sus pies y, de un toque, lo dejó
caer de mala manera. ¡No!
El público
comenzó a gritar: ¡el árbitro se había despistado y no se había
enterado de nada!
Pero mi
compañero lo tenía todo pensado: había conseguido empujar el balón
fuera del alcance del mercenario antes de caer. ¡Y éste aún seguía
en juego!
Teck,
acercándose al mercenario por la espalda, cargó contra él y chutó.
El balón, a la velocidad del rayo, rebotó contra la cabeza de
nuestro contrincante, quien ni se inmutó, y se dirigió hacia
portería.
Chocó contra
el palo y salió disparada hacia arriba... Pero la bloqueé con una
patada en el aire justo a tiempo. Volvió...
¡GOL! Un
poco más y se me saltan las lágrimas.
A mi
alrededor todo era celebración. Risas, llanto, gritos... Teck se
acercó: quería decirme algo, pero yo ya había salido corriendo,
dejándolo con la palabra en la boca.
Me hubiera
encantado darle la enhorabuena, pero los sollozos al otro lado de mi
auricular eran lo que más me preocupaban en aquel momento, tanto que
no advertí que el marcador no había anotado nuestro gol.
No sabría decir si esto ha acabado bien o mal... ¡Habrá que verlo más adelante!