El equipo

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A veces...

Lo más divertido de la vida es el no saber el qué te deparará el futuro, ¿verdad? ~Eria Jumps

(Esta historia es ficticia, o al menos según Junie; Eria aún se opone completamente a esta idea...)

Golden Podium es un proyecto tanto escrito como dibujado que lleva en pie desde 2012. Tenemos una novela, dibujos, tiras... ¡y hasta un Motion Book! #goldenpodiumcomic

12 dic 2015

93. Atrapada

¡Espero que nos perdonéis esto! Hemos tenido una serie de problemas para mantener el blog y nos ha sido difícil sacar un hueco para actualizarlo. Por suerte no es que nos acosen los fans ordenando sí o sí un nuevo capítulo...



Capítulo 93

No podíamos volver atrás, pero sí seguir adelante.

¿Estarían bien Etsu y Teck? Aún podíamos volver al punto de inicio y tirarles una cuerda o algo para que pudieran subir por las rampas, pero el camino a ellos no sería nada fácil.

El pasadizo que tomamos nos condujo a una pequeña bodega llena de barriles cubiertos por el hielo e iluminada por un solo farol. Allí abajo hacía tanto frío y humedad que el aliento se convertía en vaho.

Me acaricié los brazos. Mia, inmediatamente, se abrazó a mí. Le castañeteaban los dientes.

Jetwick, adelantándose, señaló hacia una de las paredes: sobre ella había unas escalerillas verticales que llevaban hacia un agujero abierto en el techo. Si las subíamos, llegaríamos a la planta superior.

Pasé delante y subí los peldaños con gran agilidad. Ya casi arriba, puse un pie cerca del borde del agujero, me impulsé y salí de allí. Acabada la maniobra, ayudé a los demás: saqué a Mirta, a Mia...

Cuando fui a tenderle la mano a Jetwick, vi que no estaba.

Esto no podía estar pasando... lo llamé varias veces y cada vez más alto, pero no obtuve respuesta. 


Jetwick... ¿Por qué él? ¿No podía haber sido yo la que hubiera desaparecido?

-Voy a bajar -anuncié a las chicas-. No os mováis de aquí.

-¡No! -exclamaron al unísono, Mia aferrándose a mi brazo.

-Eria, por favor, no lo hagas -me rogó Mirta-. ¿Y si desapareces tú también?

-Correré el riesgo. No puedo dejarlo aquí solo encerrado como un perro, un lobo o de lo que quiera que vaya disfrazado: es mi mejor amigo.


Volví a los escalones pero, en cuanto fui a bajar un pie, la suela de mi deportiva roja dio contra cristal.

-No... -murmuré-. El agujero... se ha bloqueado.

Puse ambas manos sobre el cristal. Lo aporeé, lo pateé y hasta intenté romperlo con el mango de la guadaña de pega, pero nada dio resultado. Mia también lo intentó, pero el cristal permaneció intacto.

Finalmente, se empañó, se oscureció y no pudimos ver nada más a través de él.

Me quedé en cuclillas. Ya no sabía que hacer. Mis esperanzas de encontrar a todos los demás se habían ido con la desaparición de mi mejor amigo.

-Eria, tenemos que seguir adelante -me dijo Mirta acariciándome los hombros-. Seguro que al final lo encontramos, a él y a todos. Además, Jetwick es muy espabilado; seguro que se las apañará.

-Ojalá tengas razón -respondí con voz áspera y sin siquiera mirarla a la cara-. En fin, no podemos quedarnos eternamente en este sitio. Vayámonos de aquí.

Y, sin despegar la vista del suelo, me levanté empuñando la guadaña, me coloqué la capucha para ocultarme la cara y me separé del agujero con ambas chicas detrás de mí.

Atravesamos una puerta más. La siguiente sala era un amplio comedor, alargado y con grandes ventanales. En cuanto pusimos un pie en ella, éstos se abrieron de par en par, las cortinas que los tapaban ondularon con el viento y pudimos ver la luna llena en lo más alto del cielo nocturno.

-Eri, tengo miedo... -musitó Mia escondiéndose detrás de mí.

Avanzamos poco a poco, yo sujetando la guadaña con ambas manos.

El comedor estaba ocupado casi por completo por una mesa rectangular cubierta por un mantel blanco y polvoriento. Sobre ella había cubiertos, campanas, platos... todos de plata. Ninguno se libraba de las telarañas o del polvo. Pasé un dedo sobre una enorme campana; ¿debía levantarla?

Observé que todos estos objetos estaban, por un extraño motivo, boca abajo.

-Eria...-gimió Mirta-, ahí debajo.
Al ver lo que señalaba, di un respingo y me retiré de la mesa conteniendo el aliento. Bajo la mesa, un líquido rojo oscuro había comenzado a extenderse.

-Por favor, decidme que eso que hay ahí es salsa barbacoa... -rogué a las demás.

-Eri, huele muy mal. Yo no mojaría ni patatas ni nada ahí -me respondió Mia.

Retrocedimos paso a paso hasta que nuestras espaldas se toparon con la pared de la habitación. 


Parpadeé; me había parecido escuchar un maullido que venía desde el exterior.

Mia se abrazó a mí con aún más fuerza: la mesa había empezado a vibrar y la campana plateada se movía de forma extraña. Platos, vasos y cubiertos la siguieron, agitándose de forma misteriosa.

Apreté los dientes y volví a empuñar la guadaña en posición de guardia. Podía ver algo gracias a la luz de la luna, así que me olvidé de mi linterna.

Y la campana, tambaleándose, se levantó y cayó al suelo con un estrépito, acompañada de todos los demás objetos, dejando ver el bulto negro que había bajo ella.

¿Qué era? No lo sabía, pero una vocecita en el interior de mi cabeza me suplicaba que saliera corriendo.

Por desgracia, antes de poder mover las piernas, la masa negra se desmoronó y se desparramó por los bordes como si fuera agua, dividiéndose poco a poco en motas del tamaño de pelotas de ping pong, peludas y con ocho patas. ¡Arañas!

Los bichos rodearon el charco de... ¿sangre? De lo que fuera. Y se agregaron a nuestro alrededor. 


Mia chilló.

Haciendo acopio de valor, corrí hacia la masa negra y deslicé mi guadaña por el suelo para abrirnos camino. Mia y Mirta, visiblemente nerviosas, me siguieron.

Íbamos perfectamente. Sólo un paso más... pero Mirta tropezó con su propio vestido, cayendo cerca de una especie de armario antiguo. Perfecto; ¿por qué en las escenas terroríficas siempre tropieza alguien?

Intenté volver a ella, pero, de pronto, las puertas del armario se abrieron y una mano pálida salió de él.

Mirta, aterrorizada, quiso ponerse de pie y huir, pero ya era demasiado tarde: quienquiera que estuviera dentro del armario estiró el brazo, la agarró y la apresó para arrastrarla hasta dentro.

Oí a la chica gritar mi nombre y yo grité el suyo, pero cuando quise tirar de ella para librarla de aquella cosa las puertas del mueble se cerraron.

Por un segundo, me olvidé de las arañas. Estaba cargada de adrenalina: superar lo que acababa de ver me iba a costar una eternidad. Aun así, me quedaba poco tiempo. Tenía que actuar contrarreloj.

A base de golpes, pude deteriorar las puertas de madera y las forcé con las uñas para que se abrieran. 


De una última patada, la madera emitió un quejido y el armario quedó abierto.

Palidecí: no había absolutamente nada en el interior.

-¡Eria, ayúdame!

Lo que faltaba; ahora mi mejor amiga estaba en peligro.

Con el corazón en un puño, eché a correr, y justo a tiempo. Si me hubiera quedado un sólo segundo más, las arañas ya me habrían alcanzado.

Guiándome por los gritos de Mia, salí del comedor con las arañas pisándome los talones, torcí una esquina y, finalmente, la encontré en un pasillo que no tenía salida.

-¡Para! -me rogó gesticulando con las manos-. ¡Mejor no vengas, capi! ¡He cambiado de idea!

Iba a ignorar sus consejos hasta que, de los lados del pasillo, salieron unos brazos recubiertos de metal que cruzaron unas lanzas por delante mía.

Frené en seco. ¿De dónde habían salido? Echando una ojeada, observé que eran los brazos de dos caballeros representados en unos cuadros de cuerpo entero que había en las paredes.

¡¿Personajes que salían de los cuadros?! ¡Aquello era de locos!

Mia gritó y sentí un escalofrío. Al levantar la cabeza, un fino hilo transparente, como de tela de araña, salió de la pared del fondo y apresó el brazo de Mia. Chilló e intentó luchar, pero miles de hilos más continuaron saliendo y tiraron de ella hacia atrás hasta que, sin más, la pared de piedra la engulló.

Caí de rodillas. Mi mejor amiga... ¿Qué le había pasado? Estaba confusa y débil. No podía luchar.

Me hice un ovillo. Las arañas ya me tenían y los caballeros ya estaban fuera de sus cuadros. Ni el extraño vapor que comenzaba a inundar al pasillo me espabiló

¿Qué más daba? Estaba sola. Ya nada me importaba.


Quizás con el tema de este problema llegue navidad y no ha acabado el especial Halloween... ¡Lo sentimos de nuevo! A cambio, de ahora en adelante se corregirán algunos fallos. ¡Ya veréis cómo avanza la historia!

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