Maldito
internet... No ha funcionado la programación y llevo una semana de
retraso.
Centrémonos...
¡Esto
es la guerra! Si todos los partidos de Golden Podium van a ser así,
seguramente acabaré de forma parecida a mi abuelo... ¡Ironía!
Capítulo
19
¡Aquello
sí que era una auténtica guerra! Ni habíamos tocado nuestros
balones y ya nos estaban bombardeando los contrarios. ¡Casi no veía
a mi propio equipo por culpa de los proyectiles!
Al
primero al que pude ver fue a Bobby recibiendo un balonazo en la
cabeza. Ay... eso le iba a doler.
Me
abrí paso esquivando todos los balones. Salto a salto, pude
desplazarme hasta un espacio para lanzar una pelota que estaba en el
suelo. Ni siquiera sabía si le había dado a alguien. Nos superaban
en reflejos, en número, edad, fuerza...
-¡Cuidado!
Habría
recibido mi primer golpe si Teck no le hubiera dado una patada al
balón que venía hacia mí, que pareció impactar directamente en
otro jugador. El chico ya iba a jactarse de ello cuando otro
proyectil le rozó el pelo, lo que no pareció gustarle mucho: corrió
hacia el otro extremo del campo tratando de arreglarlo con las manos.
Puede
que Teck fuese un tanto patético, pero me acababa de salvar de mi primer golpe. Quizás no era tan malo.
Noté
una presencia a mis espaldas. Me agaché y, desde el final de mi
propio campo, salieron varios balones disparados. Bobby era el que
los lanzaba: se veía que ya lo habían enfadado. ¡Eliminó a dos
jugadores él solo! Esperaba que el golpe anterior no le hubiera afectado mucho.
Desde
el banquillo, Mirta nos observaba frotándose un brazo. No me había dado cuenta de que la
habían eliminado. Si lo hubiera sabido, habría tratado de ayudarla.
-¡Eri,
ayuda!
¿Quién me llamaba? Giré la cabeza y lo comprobé. ¡Mia!
¿Quién me llamaba? Giré la cabeza y lo comprobé. ¡Mia!
Rodé
por el suelo y salté varias veces para evitar que me dieran. No
tardé mucho en llegar a su lado. La chica estaba agazapada en el
suelo y gritaba cada vez que escuchaba botar un balón. Me puse de
rodillas junto a ella.
-¡Tengo
miedo! -sollozó ella-. ¡Llama a papá! ¡Me quiero ir de aquí!
Yo
tampoco tenía ganas de que uno de esos balones me alcanzara; muchos
de ellos ni se veían venir.
Mirta,
tan deslumbrante como siempre, nos miraba con atención. De pronto le
cambió la cara. Empezó a señalar un punto delante nuestra, pero ya
era tarde: un contrario acababa de lanzar hacia nosotras.
Estiré
los brazos en un acto reflejo para proteger a Mia. Ella lanzó un
prolongado chillido y se protegió la cabeza. Yo cerré los ojos,
apartando la cara y esperando recibir el impacto.
Pero
no llegó.
Algo
pasó por delante nuestra como una exhalación y se situó justo
delante. Él fue quien recibió el golpe.
Pensé
que perdería una vida menos y me sentí algo culpable pero, cuando
la pelota estuvo a la altura de su rodilla, éste le dio una patada
que la propulsó hasta el campo contrario. ¡Buen lanzamiento, ya que
impactó en uno de los contrarios!
Me
incorporé y miré a la persona que nos había salvado. El giró la
cabeza y vi una cara con las mejillas rojizas por la
timidez. El chico misterioso.
Me
había quedado en estado de shock. Aquello... ¡Había estado
completamente increíble! ¡Impresionante! ¡Digno de un profesional!
Tenía
la mirada perdida. Quise darle las gracias pero, cuando volví al
"mundo real", el juego parecía haberse ralentizado; Mirta
sonreía, Jetwick agachaba la cabeza con la cara roja como un tomate,
algunos me miraban fijamente...
No
me lo podía creer. ¡Otra vez! ¡¿Lo había dicho en voz alta?!
Menudo déjà vu... ahora me sentía mal.
Mia
seguía detrás, sorprendida. Poco después, se levantó. Iba a
decirle algo pero no pude: había bajado la guardia, y las consecuencias fueron fatales.
Todo mi cuerpo se sacudió. Antes de poder abrir la boca, ya había recibido un impacto bastante fuerte en la espalda: acababa de perder mi primera vida.
Todo mi cuerpo se sacudió. Antes de poder abrir la boca, ya había recibido un impacto bastante fuerte en la espalda: acababa de perder mi primera vida.
Posé las rodillas sobre el suelo. Eso... eso dejaría marca.
Habría perdido mi segunda vida si Jetwick no nos hubiera empujado hacia el suelo cuando ya lo veía todo perdido. Mia gritó de nuevo. Todos los balones pasaban a gran velocidad por encima de nuestras cabezas mientras Jetwick nos cubría, atento a cada uno de ellos.
Habría perdido mi segunda vida si Jetwick no nos hubiera empujado hacia el suelo cuando ya lo veía todo perdido. Mia gritó de nuevo. Todos los balones pasaban a gran velocidad por encima de nuestras cabezas mientras Jetwick nos cubría, atento a cada uno de ellos.
Cuando
consideró oportuno, se colocó como si fuera a empezar una carrera y
fue hacia el centro del campo, apartando a patadas todos los balones
que pudo. Hizo un gesto para que lo siguiéramos.
Al
igual que él, despejé el camino para facilitarle a Mia las cosas.
La guié hacia más o menos el centro.
Otra
pelota fue hacia nosotros y retrocedimos un paso. Tuve una idea.
De
espaldas, salté hacia atrás. Coloqué rápidamente una mano en el
suelo para que mis pies quedaran en alto y los impulsé de nuevo
hacia el suelo. Mi talón chocó contra la pelota, que fue al campo
contrario e impactó sobre un rival. Uno menos.
-No sé si ese movimiento era necesario, pero ha estado chachi y ha funcionado -puntualizó Mia.
-No sé si ese movimiento era necesario, pero ha estado chachi y ha funcionado -puntualizó Mia.
Jetwick
se colocó a mi lado para golpear con el brazo otro balón. Mia
seguía gritando, pero esta vez no lo hacía porque estuviera
asustada: lo hacía para animarnos.
Lo
miré, y él a mí. Se volvió a sonrojar.
Asentí.
Él también asintió. Debíamos trabajar juntos para salir de ésta.
Juntamos
espalda con espalda. No había balón que se nos resistiera. Nos
impulsamos hacia delante y pateamos algunos hacia el otro campo. A
veces él me los pasaba y yo los lanzaba de una patada voladora.
Ya
solo quedábamos tres contra dos sin eliminar, cuatro contra tres
contando a los de los campos traseros.
Imala
lanzó un grito de guerra desde el otro lado del campo para
avisarnos. Nos pasaba un balón desde su campo.
Mia
y Jetwick se hicieron una seña. Se agacharon y se tomaron de las
manos, colocándolas con las palmas hacia arriba y los brazos
extendidos. Mia me gritó:
-¡Ahora,
Eri! ¡Salta, salta!
Lo
entendí. Corrí hacia ellos, salté sobre sus manos y ellos me
impulsaron hacia arriba. Giré para seguir subiendo, di algunas
vueltas más...
Me
puse cerca del balón y, con un giro horizontal, lo propulsé hacia
el otro campo.
¡Otro
jugador eliminado!
Me
había confiado. Ya nada podía pararnos.
De
pronto, Jo se acercó hacia nosotros e hizo una seña a los que
estaban en los extremos, es decir, a Imala y a uno de los rivales.
Ambos retrocedieron un poco, y Jo nos explicó la nueva norma que
acababa de añadir: Imala y el otro chico habían dejado de
ser "comodines"; no podían ni eliminar ni recibir un pase
directo, solo estaban allí para pasarnos los balones; era como si ya
no participasen. Así añadía emoción al partido.
En
ese caso, sólo quedaba un contrario. Parecía fácil: éramos tres y
él solo uno. Esos números me recordaba a algo que me había pasado hacía, más
o menos, una semanas antes. Dulces recuerdos...
Solo
queda uno, pero no podemos confiarnos ahora. Había que tenerlo
vigilado. Puede que sea peligroso...
¡Seguiremos
la semana que viene! Digo... ¡mañana!