Bueno, aquí empieza
mi historia, desde un día normal y corriente del que vuelvo del instituto.
Antes de ingresar en
la academia, pasaron las dos o tres semanas más largas de mi vida. Algo marca
estas semanas: traté de librarme de una situación complicada, y la compliqué
todavía más. De no ser por aquello, no sé si se habrían terminado fijando en mí
para enviarme a la academia...
Capítulo 1
A veces en la vida se te presenta una oportunidad única con dos únicas respuestas posibles. Una de ellas te aparta de problemas y te ayuda a continuar tu vida con toda normalidad; la otra opción es capaz de cambiarte la vida por completo, llenándola de elementos que sólo aparecen en las películas, siendo así la opción más peligrosa. Aun así, las emociones fuertes me divierten. Lo más divertido de la vida es el no saber el qué te deparará el futuro, ¿verdad?
Un día normal como
otro cualquiera. Abrí la puerta de mi habitación y dejé caer la mochila a los
pies de la cama. Yo también me dejé caer sobre ella. Estiré la espalda haciendo
que me crujiera. Los rayos de sol iluminaban la habitación de forma cegadora. A
duras penas, conseguí entreabrir los ojos. Todo lo que veía eran puntos
luminosos que se difuminaban, debido al fuerte cambio de iluminación.
Aunque podía haberlo
hecho, no me quité la sudadera con capucha. Le tenía demasiado aprecio. Ya la
lavaría más tarde. Si no fuese porque tenía el pelo corto, ya me habría
deshidratado.
Recorrí mi habitación
con la mirada como si intentase revisar que todo seguía en su sitio. Mis
libros, mis muebles y mis objetos personales aparecían en mi campo de visión.
El que siguiera algo deslumbrada no me impidió descubrir algo sobre mi
escritorio, algo que no debería estar allí. Algo que me puso un poco de los
nervios.
Me levanté de golpe,
produciendo que me diera un pequeño mareo. Apoyé pesadamente las manos sobre mi
escritorio. Allí estaba el fallo. Todo mi escritorio lleno de pegatinas de
muñecas y unicornios rosas. Sólo había alguien capaz de hacerme eso, de reducido
tamaño y una sonrisa demasiado grande. Y sabía perfectamente donde se
encontraba. Cerca. Sonreí de forma siniestra.
Como no estaba viendo
la televisión, estaría justo al lado. En la habitación contigua (en la que casi
no se podía entrar por el desorden) mi hermana Stephie, de seis años, estaba
tirada por el suelo, con una muñeca en cada mano. Me acerqué sin hacer ruido y
la sorprendí por la espalda. Dio un pequeño grito al darse cuenta de que estaba
detrás.
-¡Ah! ¿Pero que haces
aquí, Nereida? ¡Estás interrumpiendo la hora del té! -gimió.
Así me llamo. A mi
padre le gustó el nombre, por la mitología. No me pega un nombre tan pijo como
ese (una Nereida es una especie de ninfa, de hada) pero tampoco puedo quejarme.
Los hay peores.
Mi hermana pestañeó.
Tira bastante a ser cursi. Y ese tipo de personas me ponen de los nervios.
-Oh, perdona, pensaba
estar invitada -dije en tono meloso con una mirada sarcástica.- Hasta había
traído un regalo para la señorita. Esto no será tuyo, ¿Verdad? -le enseñé una
de las pegatinas del escritorio pegada en el dedo. Una corona de princesa,
supongo.
Stephie se ruborizó
poniendo cara de niña mona. Todavía no se hace a la idea de que conmigo no
funciona esa cara.
-Muy bien. Si no
pruebas tu inocencia, me temo que tendré que... ¡EJECUTARTE! -dije sacándome la
otra mano de la espalda. En ella llevaba una pistola. De balines, claro, pero a
Stephie cualquier pistola le causa el mismo efecto.
-¡AAAAHHH
NOMETOQUESNOMETOQUEEES! -Gritaba como loca-. ¡MAMÁAAA! ¡ME ESTÁ APUNTANDO CON
UNA PISTOLAAA!
-¡Hazle frente,
forastera! -respondió mi madre divertida. Yo ya había acorralado a mi hermana.
-Ooh, que pena, tu
salvadora piensa que la película va sobre vaqueros. Yo me lo imaginaba más como...
Un drama policiaco. ¿No crees, mi pequeña rehén? ¿Unas últimas palabras?
-Te... ¡ODIOOO!
-respondió.
Aquello pudo conmigo.
Hice una mueca, agaché la cabeza y empecé a reírme a carcajadas. ¡Lloraba de la
risa! Casi no me tenía en pie. Stephie no entendía ni jota. Se me quedó mirando
con los ojos brillantes. Cuando me calmé, regresé a mi habitación y me eché
sobre la cama. Coloqué los brazos bajo mi cabeza. Mi hermana es demasiado
inocente. Aunque en el fondo la quiero y es tan solo una niña pequeña, adoro
hacerle trastadas.
Escuché barullo en su
habitación. Parecía haber continuado con sus juegos. Ya no se acordaba de nada.
Cerré los ojos y sonreí.
-Lo mejor para
librarse de un numerito que se haya armado (como el de las pegatinas) es...
¡taparlo con uno más grande! -pensé para mis adentros.
Me levanté de golpe
(mareándome por segunda vez) y me dirigí dando tumbos al cuarto de baño para
echarme agua en la cara.
Una vez allí, miré
hacia el espejo de cuerpo entero. Me fijé en mi sudadera azul eléctrico con
capucha, cremallera y bolsillos a la que tenía tanto cariño. Me fijé en
mis leggins negros y zapatos rojos, cubiertos por unos grandes
calentadores de un blanco azulado. Demasiado caluroso para el clima de hoy, pero era lo que me
sentía sentir yo misma.
Me fijé en mi pelo castaño claro, corto con un largo mechón enrollado en mi lado derecho y varios mechones que caían tras mi oreja en el lado izquierdo, menos uno que me la tapaba parcialmente al caer por delante. Me fijé en mi frente despejada y empapada en sudor ya enfriado. Miré hacia los enormes ojos oscuros del espejo, de color cafá y mirada transparente, que se fijaban en todo detalle con un brillo curioso. Con la luz, mis ojos tomaban un brillo color avellana.
Era fácil leerme la mirada. Leí en ella mi estado de ánimo como si mirase a otra persona. Leí también en ellos todo lo que me había pasado a lo largo del día: nada especialmente interesante.
Hice un gesto de
saludo al espejo. Como buen espejo, él me lo devolvió. Intercambié una sonrisa
con mi reflejo. Finalmente, me refresqué la frente. Otro día corriente de mi
vida pasaba...
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